martes, 1 de octubre de 2019

Lo inimaginable de la realidad

Un hombre cualquiera hace memoria de todo lo que ha escrito de su puño y teclado y, sobre todo, de aquello que se dejó en el tintero.

La ciencia ficción es una realidad paralela sobre lo que no pasó o que no alcanzamos a vivir por pertenecer a otra dimensión. Más allá de creencias, experiencias o de Iker Jiménez; la curiosidad reclama de la imaginación un ejercicio de ucronía. ¿Y si Hitler hubiera derrotado al general invierno? ¿Qué habría pasado si Colón hubiera naufragado en mitad del Atlántico? ¿Y si la Armada Invencible hubiera hecho honor a su nombre? O, quién sabe, ¿y si Lee Harvey Oswald hubiera errado su tiro a Kennedy? A falta de un condesador de fluzo que consiga arrancar al maldito Delorean sólo los escritores, los maltratados guionistas y las noches de insomnio podrán imaginar lo que pudo suceder.

Por su parte, los arquitectos que no consiguieron anclar sus cimientos más allá de sus bocetos, cuentan con las maquetas y diseños en una especie de hibernación a la espera de plan de obra.  Su imaginación queda, de este modo, registrada en una eternidad provisional. La misma que hiberna sobre las copas de los árboles del Retiro. Allí, Alberto de Palacio imaginó una bola del mundo de 200 metros de altura asentada en una nave espacial. Obviamente, el fluir de muchos de estos bocetos imposibles se los lleva la corriente río abajo. Como el proyecto del canal fluvial para conectar Madrid con Lisboa, bajo el reinado de Felipe II. Menos mal que el rey prudente entendió lo incomprensible de tal empresa. No como el insensato caudillo (por la gracia de Dios) que quiso enterrar el Teatro Real sobre sus 22 pisos bajo tierra. Menos mal que algunos (proyectos) están enterrados y bien enterrados. Aunque los estilos que los sustentan se adapten al eclecticismo de la modernidad.

Y así un hombre cualquiera rellena nuevas libretas con las ideas que nunca formaran una historia, pero que inspirarán realidades inconexas para la imaginación

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