viernes, 14 de febrero de 2020

Lo infinito de los aleteos

Un hombre cualquiera se despierta cada San Valentín con el cosquilleo de unas alas en la mejilla.

Los calendarios se amontonan en la repisa para no perder la noción y los sentidos del tiempo. El sabor de los besos maridados con cada 'buenos días'. Las caricias de los abrazos a medida sin encorsetados tallajes, ni molestas etiquetas. El perfume de su cuello que no se promociona con anuncios, ni se compra ni se vende de estraperlo. El sonido de las risas que ahuyentan las pesadillas, los monstruos y las fobias. Y cada mirada que describe mejor que 1000 palabras los impulsos de cada latido.

Y con todo ello, desde la comodidad de las sábanas, volar con los pies en el suelo sin vértigo de caer al vacío, con el viento de cara para alcanzar el siguiente horizonte y, sobre todo, con la levedad con la que planean los aviones de papel para definir la firma de su estela.

Y así un hombre cualquiera siente como el cosquilleo de las mejillas sigue el ritmo de las bolboretas que aletean cada mañana en la boca del estómago.

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