domingo, 15 de marzo de 2020

Lo confinado de las restricciones



Un hombre cualquiera descubre con La Trinchera Infinita un curso intensivo de confinamiento casero.

El felpudo de la entrada advierte a propios y extraños de la forma de Estado: ‘La república independiente de mi casa’. Eso sí, todo está tapizado por el real gusto de la Princesa Carmesí. Y su perfume se entremezcla con los aromas de sus ideas al horno, acreditados por sus tatuadas  estrellas Michelín. Su arte culinario torna en un rítmico tintineo de cazuelas, platos y cubiertos, como un himno contra las famélicas legiones. Y no necesita de  banderas, porque los convierte en paños para secar los cacharros o en trapos para que le abrillante los cristales y entren los rayos del sol. Y con las bocanadas de luz leer aventuras e historias agazapadas en la biblioteca.

La biblioteca del salón está abarrotada de hombrecillos de Millás, del calor de las letras nórdicas de Marchamalo, de las hojas selladas del pasaporte de Robert Langdon, del humo de la pipa de Sherlock Holmes, de las naranjas proféticas de Mario Puzzo, de las conversaciones con Fermín Romero de Torres, de las recetas macerando para futuras comilonas, de los temores de hombres sabios con fórmulas secretas de arcanos, del grafito afilado del lápiz del carpintero, del suspense de Mary Higgins Clark;  y, sobre todo, del espacio para nuevos objetos, personajes y experiencias construidos negro sobre blanco.

Y así un hombre cualquiera sigue las restricciones del estado de alarma desde el hogar dulce hogar, compartido codo con codo con la soñadora en pijama.

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