Un hombre cualquiera se despereza decúbito supino horizontal
la primera mañana de primavera.
La luz, que entraba por las claraboyas del techo abovedado,
le había despertado. La molesta extrañeza de sus ojos, propiciada por los rayos
del sol, se mantuvo cuando el tacto de sus palmas identificó la hierba
extendiéndose a su alrededor. Paralizado, su mente buscó una explicación
rápida. “Crecen más rápido que el bambú, cuídate porque
vendrán y te harán bú.” Los recovecos de su memoria habían rescatado la sexta
prueba de Jumanji, que había visto la noche anterior. Lentamente se incorporó
hasta reconocer la estancia. La gran galería del Museo del Prado.
Comenzó a andar pisando aquel
Prado, transformado y conocido al mismo tiempo. Su pausado caminar parecía una
cámara lenta frente a la carrera de Atalanta e Hipónemes. De hecho, al girar la
cabeza escuchó algo caer, pero, al volver su mirada, las manzanas de oro se
mantenían inmortalizadas. Confundido, en la lejanía, le pareció escuchar el regocijo
de tres mujeres y, unos segundos después, el silencio se rompió por el mordisco
de una manzana, que el eco amplificó entre las bóvedas. Su carrera le descubrió
el inerte palpitar del trío de gracias y la quieta mandíbula de Paris y,
también, corroboró su alucinada imaginación. Todo ello, a pesar del verdor que
brotaba de sus pinturas hasta acolchar las baldosas. Aún agitado por el esfuerzo
y atónico por los engaños, notó una vibración en su bolsillo izquierdo. Desbloqueó
su teléfono y pulsó sobre la alerta de su Instagram. La pantalla reprodujo la
sala dónde estaba. La misma que había ideado Timo Helger con su serie ‘Return of Nature’. El agente de seguridad le acompañó a la salida y cerró las puertas
tras él. Se sorprendió al encontrar las suelas de sus zapatos mojadas por el
rocío de la hierba.
Y así un hombre cualquiera baja
las escaleras frente a Goya, mientras observa por las otras escaleras subir al
gemelo del cazador Van Pelt.
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