domingo, 18 de octubre de 2020

Lo eterno de los trampantojos

Un hombre cualquiera admite la incansable capacidad del ser humano por crear lo invisible, alcanzando la materialización hasta de los desérticos espejismos.

El trampantojo convierte a los espejismos en obras de arte permanentes con olor a pintura y con texturas rugosas. Un arte urbano sin necesidad de enmarcaciones o pinacotecas para ser admirado y que humaniza la frialdad de las enladrilladas fachadas y los muros de contención. Esta  técnica busca la continuidad de la ciudad soñada o la creación de espacios olvidados o, simplemente, nunca pensados por la monótona rutina de los vecinos y viandantes.

En los últimos años, el arte urbano ha buscado nuevos espacios en las zonas rurales para colorear el grisáceo futuro provocado por la emigración, la falta de natalidad y el vértigo de la bajada de censados. La geografía se ha salpicado por el rural art, a través de murales, grafitis, vinilos, esténcil o pósters, entre otros métodos. Almagro, Cacabelos, Camprovin, Carballo, Castrogonzalo, El Provencio, Fanzara, Laguardia, Llanera, Miajadas, Moraleja, Ordes, Penelles, Puerto Lumbreras o Titanes; son algunos ejemplos de pueblos que deberían contar con la denostada señal de lugar turístico de interés. Unas apuestas artísticas y turísticas que van aportando color a un territorio en blanco y negro por su diezmada vida. Otro ejemplo de rural art, que aúna pasado y recuperación de memoria son los trampantojos de Romangordo. La apuesta artística utiliza la técnica del trampantojo en fachadas, paredes, puertas y ventanas para recobrar el costumbrismo de antaño y escenas cada vez menos rutinarias para las nuevas quintas.

Y así un hombre cualquiera visualiza el espejismo de la recuperación del esplendor del mundo rural.

Rural Art: Romangordo

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