Un hombre cualquiera admite la incansable capacidad del ser humano por crear lo invisible, alcanzando la materialización hasta de los desérticos espejismos.
El trampantojo convierte a los espejismos en obras de arte permanentes con olor a pintura y con texturas rugosas. Un arte urbano sin necesidad de enmarcaciones o pinacotecas para ser admirado y que humaniza la frialdad de las enladrilladas fachadas y los muros de contención. Esta técnica busca la continuidad de la ciudad soñada o la creación de espacios olvidados o, simplemente, nunca pensados por la monótona rutina de los vecinos y viandantes.
En los últimos años, el arte urbano ha buscado nuevos espacios en las zonas rurales para colorear el grisáceo futuro provocado por la emigración, la falta de natalidad y el vértigo de la bajada de censados. La geografía se ha salpicado por el rural art, a través de murales, grafitis, vinilos, esténcil o pósters, entre otros métodos. Almagro, Cacabelos, Camprovin, Carballo, Castrogonzalo, El Provencio, Fanzara, Laguardia, Llanera, Miajadas, Moraleja, Ordes, Penelles, Puerto Lumbreras o Titanes; son algunos ejemplos de pueblos que deberían contar con la denostada señal de lugar turístico de interés. Unas apuestas artísticas y turísticas que van aportando color a un territorio en blanco y negro por su diezmada vida. Otro ejemplo de rural art, que aúna pasado y recuperación de memoria son los trampantojos de Romangordo. La apuesta artística utiliza la técnica del trampantojo en fachadas, paredes, puertas y ventanas para recobrar el costumbrismo de antaño y escenas cada vez menos rutinarias para las nuevas quintas.
Y
así un hombre cualquiera visualiza el espejismo de la recuperación del
esplendor del mundo rural.
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