domingo, 24 de enero de 2021

Lo oxidado de los abrazos

Un hombre cualquiera sale del metro en Antón Martín y se topa con el abrazo de Juan Genovés.


El óxido del tiempo recubre la estatua y el tiempo le dota de nuevos significados, que ni el propio autor habría pensado cuando la imaginó. La estatua de Antón Martín, donde hay más bares que en todo Noruega, se creó en homenaje a los abogados del bufete de la calle Atocha, que un grupo de terroristas de ultraderecha decidieron matar en pleno proceso de transición a la Democracia. En consecuencia, la sociedad les despidió en un abrazo histórico, que Juan Genovés logro colgar en las paredes del Congreso de los Diputados y esculpir cerca del lugar del atentado.


Décadas después, ese abrazo es un deseo común en una sociedad distinta y amordazada por esta plaga bíblica, que parece no tener antídoto. Quizá parte del efecto de la vacuna resida en nuestras manos, cuando volvamos a abrazar a familiares y amigos sin miedo. Aunque Genovés ya no pueda plasmar esos abrazos, cada uno de nosotros rememorará para siempre el primer abrazo a cada amigo y familiar al otro lado de la nube negra.


Y así un hombre cualquiera busca recuerdos, como si nunca hubiera dejado de abrazar.

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