viernes, 13 de agosto de 2021

Lo literario de los trayectos

Un hombre cualquiera se adentra en el andén del metro mascarilla mediante y con un libro en la mano.

Los impersonales rostros de los viajeros se camuflan por mascarillas, mayoritariamente, verdes y negras. Y, por extensión, el vagón parece un reemplazo de soldados amordazados camino de la guerra. Su silencio sobrecoge en esa primera hora del día, cuando la vida aún dormita escaleras arriba, a pie de calle. El motivo de la mudez reside en las huellas dactilares de los allí presentes, que intentan imprimirse sobre las hojas de los libros que sostienen. La estancia recuerda más a la sala de las Musas de la Biblioteca Nacional, que a un tren con ojeras al amanecer. Y su única expresividad se reduce al espejo del alma. Los ojos abiertos por la sorpresa de lo leído, en algunos casos, o lo entrecerrado por el esfuerzo de enfoque por la presbicia, en los de mayor edad. Absortos ante el pitido de las puertas al cerrarse comienza lo literario de sus trayectos.

La oscuridad del túnel enviuda de la luz que se colaba por las ventanas, que intuyo de reojo al estar de pie junto a la puerta. Un pegajoso ruido percute el cristal con el característico ruido acuático de unas ventosas accionándose. Ante la desidia del resto de viajeros, el tentáculo de un pulpo gigante se pega al vidrio en una intensa lucha contra la velocidad del tren. Más allá, sobre la inmensa oscuridad, bancos se peces nadan a contracorriente con formas imposibles. La extraordinaria situación seguía ajena a los mortales que habitaban el convoy, ensimismados en sus libros. Recordé el mío, que por poco se me escapa de la mano. Al recolocarlo, "Los asquerosos" de Santiago Lorenzo había mutado en "20.000 lenguas de viaje submarino". Sorprendido busco, instintivamente, entre las portadas del resto de lectores. Todos, cada uno con su edición y formato, estaba leyendo las aventuras del Nautilus narradas por Julio Verne. La megafonía interrumpe el sonido de oídos taponados por la inmersión con el anuncio de la siguiente parada. El fondo marino se fue difuminando en un azul oscuro casi negro y, en un abrir y cerrar de ojos, la luz de la siguiente estación lo inunda todo. De hecho, al abrirse las puertas, el agua del techo gotea por ventanas y paredes, mojando con su oleaje la orilla del andén. Se baja una pareja y sube un anciano y un hombre de traje. Nuevamente las puertas se cierran tras el pitido y el tren se sume en la oscuridad hasta el punto de apagarse durante un par de segundos todas las luces. El sonido de un disparo devuelve la luz a un vagón convertido en un tren de los años 30 y por los ventanales una tormenta de nieve copa las vistas. El Orient Express se había parado por causas meteorológicas.

Y así un hombre cualquiera imagina la puesta en práctica de la iniciativa de la Asociación de Editores para renombrar las paradas de metro con los títulos de obras literarias.

 

 ¿Quieres vivir lo literario de los trayectos?

Iniciativa de la Asociación de Editores de Madrid para renombrar las estaciones del Metro


No hay comentarios:

Publicar un comentario