domingo, 1 de agosto de 2021

Lo vengado de la leyendas

Un hombre cualquiera busca, frente a la puerta de San Juan, el trofeo del topo maligno que atormentaba a los canteros que construyeron la catedral de León.

El verano se resiste a invadir el gótico frescor de la catedral y la explosión de luz se convierte en un espectáculo de colores y reflejos. De hecho, las vidrieras tiñen los rayos del sol en combinaciones premeditadas por Velázquez o Rubens sobre la paleta de colores. A ras de suelo un par de sacristanes persiguen incansablemente a varios topos que han preparado un animado sindiós entre turistas en chanclas y confesores con alzacuellos. Las prisas y carreras se multiplican por el eco y el revuelo impropio del templo, que distrae del recogimiento y la calma libre del impuesto de bienes e inmuebles.

En un despiste de los sacristanes, enredados sus faldones entre los reclinatorios de los bancos, los topos se encaminan a toda prisa a las puertas de entrada a la catedral. Los despistados viandantes y curiosos de la itinerante exposición del Prado siguen sus vidas ajenos a los roedores. Los fugitivos se camuflan entre los marcos y pinceladas. Se pierden entre las delicias del jardín. Otros se esconden bajo las faldas de las Meninas. Y los más osados se subieron a los garrotes de los eternos duelos. Tras calmarse el campo de batalla, los roedores abandonaron sus camuflados escondrijos para perderse entre los adoquines del húmedo.

Y así un hombre cualquiera abandona apresurado la catedral por si los topos han excavado los cimientos de la leyenda para su venganza.

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