miércoles, 5 de enero de 2022

Lo mágico de las epifanías

Un hombre cualquiera se despierta embarbado de un albino rey Melchor.

Frente al espejo observa lo sedoso de la túnica, lo suave del armiño y lo dorado de la corona. El majestuoso abolengo de su reino del lejano Oriente se proyecta en el reflejo y se sonríe al acariciar con su guante los anillos que llenan sus manos de riqueza. Sobre el aparador el cofre refulgente de oro dora su sonriente rostro.

Por la puerta entreabierta unos gritos llaman la atención. ¡Han venido los Reyes!. La monárquica figura se comienza a desvanecer en el reflejo. Las barbas volvieron a su estado natural, las vestimentas despertaron entre las arrugas del pijama y el cofre se envolvió en un regalo olvidado por las prisas de los camellos. Y al final, la ilusión de la mañana de Reyes vuelve a convertir en niños a los propios padres.

Y así un hombre cualquiera disimula al esconder, entre los cojines del sofá, la corona que había olvidado sobre su coronilla.

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