domingo, 23 de enero de 2022

Lo dorado del alma

Un hombre cualquiera se restriega los adormecidos ojos al encontrarse con la aventurera de las siestas.

El sueño de una tarde de invierno con un cálido encuentro con abrazos contenidos y mascarillas, que eran incapaces de esconder la alegría del reencuentro. La aventurera de las siestas aparecía con chubasquero azul, botas de agua rojas y gorro a juego. La británica indumentaria no le borraba un ápice de su leonesa cabellera, su recobrado acento de la patria chica y la cercanía de quién vive a miles de kilómetros, pero es capaz de achicar la distancia y el tiempo.

Su mochila peregrina se asemeja al bolso de Mary Poppins, quizá más por su sonrisa enmarcada en carmín que por el bazar que atesora en su interior. Su azulado peinado se mimetiza con lo temprano del anochecer, que se ilumina por las estrellas y la pantagruelica lua. Y lo repasado de su manicura recuerda al perfil de las médulas por lo dorado de su alma.

Y así un hombre cualquiera busca un rato de siesta para llenar el cuaderno de bitácoras de aventuras.

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