jueves, 18 de agosto de 2022

Lo versado de los vuelos

Un hombre cualquiera intuye el feliz vuelo de una alondra sobre las sombrillas de la plaza de Santa Ana.

Las copas se coronan con el globular giste del lúpulo, que inmuniza ante la fiebre de los termómetros. Las conversaciones abanican la calor con terapéuticas charlas sobre lo divino y lo humano. Más allá, un acordeón de estraperlo, entre los murmullos y las risas, ondea sobre una orilla sin mar. Y los hielos de los refrigerios refrescan con un tintineo ártico sin icebergs a la vista. Por su parte, los turistas y los censados se mezclan sobre unos adoquines gestados para cruzar caminos y buscar horizontes. Así, a pie de calle, dónde un cítrico aroma recuerda que da más sombra que los limoneros, las estatuas de los poetas. Incluso allende los mares, en una fatua Nueva York que busca la gloria sobre las cumbres de los rascacielos y que, aquí, se consigue al declamar los versos del inmortal Lorca.

Un verso suelto, una rima perdida se describe entre las  manos vacías del poeta. Su afán de libertad dejó escapar la alondra que sostenía como ofrenda al teatro. El mismo donde construía el  matriarcado entre las cuatro paredes de una casa o, el mismo que conseguía culturizar con una deambulante barraca sobre una península hipnotizada por el sol. A pesar del vacío, sus manos nunca están yermas, porque permanecen tatuadas por las letras que parieron romanceros, poesías y diálogos. Y que, todavía, sienten el alegre cosquilleo del plumaje que alzó su vuelo.

Y así un hombre cualquiera intuye los pulsos del pájaro que laten en el corazón del sueño.

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