domingo, 16 de julio de 2023

Lo imaginado de la eternidad

Un hombre cualquiera acude al funeral de Francisco Ibáñez para llorarle, desgraciadamente, sin risas de por medio.


La capilla ardiente se instala en la azotea de 13 rue del percebe para acercarse, lo más posible, a la altura del maestro. Mientras en la entrada, el colmado de Senén cuelga un cartel de "abierto por defunción" para hacer caja con su promoción 2 por 3 en paquetes de pañuelos. Y, por su parte, la comunidad de vecinos ha pedido a Pepe Gotera y Otilio reparar el ascensor para la ocasión. Pero, la cotilla de la portera y Don Hurón sospechan del arreglo y esperan a pie de calle para indicar a los asistentes el uso de la escalera y, también, cotillearles sobre su relación con Ibáñez. De hecho, la representación de la T.I.A., encabezada por el Superintendente, Mortadelo y Filemón, Bacterio y una desconsolada Ofelia, sufren del improvisado tercer grado. Sin embargo, no sueltan prenda de la operación secreta para descubrir la epidemia de tristeza que sufre el país.


En las plantas superiores los vecinos van subiendo desconsolados por la escalera. Doña Leonor ordena a sus inquilinos que vayan a despedirse de Don Francisco, escaleras arriba, y el veterinario aprovecha la consulta de los elegantes pingüinos de la anciana de la protectora del segundo para que le acompañen en la despedida. Más arriba, los terribles angelitos del tercero lloran desconsolados la pérdida, abrazados a su infatigable madre, a la que le va cosiendo unos remiendos el sastre de camino al velatorio. Allí se encuentra Ceferino Raffles y su mujer que le roban las gafas y el lápiz a Ibáñez, por lo innecesario de dichos objetos a partir de ahora. Y en un momento de altruismo, le regalan las gafas a Rompetechos, que llegó allí sin saber muy bien cómo, y al ponerse las gafas se topa con la triste realidad y ni fuerzas le quedaron para enfadarse. Y se abraza, en busca de ánimo, a Manolo, el pintor. Poco a poco, todos acuden a la inexorable despedida. Finalmente, llega el botones Sacarino con una carta del difunto con el título de "Mi herencia". Entre sollozos lee el contenido: "Queridos personajes de mi imaginación. Os di todo lo que tenía: una vida llena de historias. Ahora sólo os puedo dejar una gran herencia: la eternidad. Una eternidad para que viváis para siempre vuestras historias en la memoria de los lectores."


Y así un hombre cualquiera vuelve a casa para animarse al calor del humor de los tebeos.

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