domingo, 27 de agosto de 2023

Lo envidiado de los anhelos

Un hombre cualquiera se sumerge el alma en la frescura del Tera a los pies del espigón mejurero para imaginar otros tiempos.

El entramado de ramas y hojas enfría el mercurio y calma el acalorado calendario estival. Los turistas y lugareños descansan el cuerpo sobre la alfombra de hierba y enfrían la rutina bajo la película de agua. La pendiente se crece en altura y majestuosidad hasta almenarse sobre lo escarpado de la vista condal.


Desde lo predominante del castillo, el joven heredero se entretiene contando propiedades y territorios, hasta toparse con los siervos a las orillas del río. Sus ventanales le aíslan de las risas y los chapuzones. Su estatus no le permite entender sobre lo que el dinero no puede comprar. Y el reflejo de lo ilustre de la nobleza le deslumbra ante la dignidad de lo plebeyo. Pero, aquel instante de debilidad le hace anhelar la vida sin títulos, ni soledades adineradas. A pesar de la distancia, la mirada del heredero se cruza con otro joven sentado sin trono, ni posesiones a pie de río. Ambos se envidian con el desconocimiento de la distancia. Desde arriba se empequeñece lo oprimido y desde abajo se guarece lo solitario.


Y así un hombre cualquiera emerge el cuerpo en lo cristalino del río junto a lo poblado de Sanabria para volver a la realidad.

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