viernes, 11 de agosto de 2023

Lo instantáneo del presente

Un hombre cualquiera admira los instantes que se inmortalizan sobre el reflejo del mar.

Cuando termina el camino, sólo queda navegar por los recuerdos. Las barcas fondean en lo profundo de las vivencias para amarrar el tiempo, que se escurre por la borda. El salitre adereza los sinsabores y la brisa airea los tesoros. Sin cantos de sirena, ni la luz de los faros, el viaje se improvisa entre las pausas del oleaje. Pero, también, el final de un camino suele ser el inicio de uno nuevo. Las barcas mecen la espera de las millas por recorrer, que se arremolinan en el cuentakilómetros. El salitre sazona el hambre de aventuras y la brisa iza las velas blancas. Hay cantos de sirena y luces en los faros, el viaje no hace más que impulsarse con cada nueva ola.

"Maresía", foto cedida por Alex García

Sentado en un taburete sobre la escollera, el abuelo enseña a su nieta a tejer las redes para capturar la inmensidad del mar. Él, con la mirada cobriza por lo oxidado del tiempo, le cuenta, en pasado, la dureza del marinero, lo terrible de los temporales y lo naufragado de las pérdidas. Ella, que salpica con su mirada alegre lo azulado del porvenir, le habla, en futuro, de la recuperación de los océanos, la importancia de la ley de costas y la lucha contra lo climático de la ebullición. Ambos se miran, en presente, para dar continuidad al espacio-tiempo, lo que los mortales llaman vida.

Y así un hombre cualquiera aprecia como se desdibuja la instantánea al echar las redes al mar.

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