lunes, 10 de septiembre de 2012

Lo escurrido del cansancio


Un hombre cualquiera se despereza en una nueva ciudad cuando el sol se retuerce entre las rendijas de la persiana.

La amnesia de los primeros segundos de la mañana se convierte en una pétrea eternidad. Un hombre cualquiera analiza los objetos que sólo descubren en su mitad benévola entre las sombras e intenta reconocer el lugar, el tiempo y el nocturno pasado. El primer sentimiento es de viveza y respiro tras una extenuación pesada y de elevado desaliento. Así, las sabanas están empapadas y van escurriendo el cansancio sobre las frías losas de la habitación. El filtrado y fatigoso líquido van devolviendo los pensamientos y la conciencia a través de los vaporosos efluvios que impregnan la habitación.

La recobrada cordura va retroalimentando a la calma y ésta a la falsa tranquilidad del despertar de una de esas mañanas de verano que duelen por las contracciones del prematuro otoño. Sin embargo, se disfrutan como la última gota del elixir de la juventud antes de que descubran el podrido cuadro del desván. Al final, la racionalización de la realidad despierta el remordimiento y la depresión ante la crueldad y la ingesta involuntaria de veneno por fascículos que la tinta y las ondas emiten.

Y así un hombre cualquiera abandona el lecho y sube la persiana para iluminar el lado oscuro de la vida.  

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