Un hombre cualquiera acciona con la
llave el motor del coche y una música
pegadiza se extiende desde los altavoces para entretenerle a lo largo de un gastado
trayecto.
Los mejores viajes son los que
surgen sin destino, ni premeditación alevosa, porque se rigen por las
pasionales corazonadas que no entienden de rosas de los vientos ni brújulas
hacia el norte. Así, las desbocadas vidas de los antisemitas de los planes
creados y zanjados persiguen su futuro por los embriagantes olores que el viento les hace llegar. Siempre hay un
más allá que evita los fracasos porque se plantean nuevas formas de vida y
culturas que conocer y experimentar, al otro lado del horizonte. Lo desconocido
se envuelve por un extraordinario exotismo que brilla en la oscuridad como los
oasis de neones del desierto de Nevada.
Las imprevistas metas de los
seguidores del viento se acaban convirtiendo en destinos permanentes con
increíbles cotidianidades que derivan en monotonías extrañas por sus pasados
recientes. Sin embargo, estos frenéticos del vientos cuentan con el dinamismo
de un lazo frente al ventilador que acaba por liberarse en busca de nuevas
corrientes por las que volar a mundos desconocidos, escapando de lo monótono de
la cotidianidad.
Y así un hombre cualquiera se
entretiene con imaginativos destinos cuando la música termina y el atasco le
devuelve a un camino marcado por las motorizadas reses en masa.
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