Un hombre cualquiera brota en
medio de un fantasmagórico bosque donde el musgo se ha convertido en un
acolchado microclima de cojines que indican hacia el norte.
La tranquilidad de los bosques
encierran una animada vida que subyace en el más absoluto de los silencios. El almohadillado
y esperanzado manto de superficies horizontales y verticales se conforma como
un natural papel de burbujas para protegerse de la mano del desquiciado ser
inhumano. Y las ramas por su parte se entrelazan, se retuercen o simplemente
luchan contra la gravedad con la complejidad del último sistema biotecnológico.
La semioscuridad impregna el
discurrir diurno conformando una vida a media luz, que ralentiza la
fotosíntesis del alma vegetal con formas imposibles por alcanzar la luz al
final del túnel. Y la parcialidad de la luz presenta la belleza con un fresco
aire de insinuación, mientras que la imperfección sufre un mágico ataque de
postproducción. Al fin, a la hora en que los búhos toman el pulso nocturno con
su ulular, el bosque se anima en el sueño de una noche de otoño cuando los
tostados matices del tapiz se van a apagando en un azul oscuro casi negro.
Y así un hombre cualquiera se
despereza sobre el musgo de franela adquirido en las rebajas junto a la
soñadora en pijama, mientras apartamos las crujientes hojas del otoño.
Imagen de los ''IMG_1971" cedida por Evestylah
http://www.flickr.com/photos/evestylah/6420074785/in/set-72157628194027811
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