lunes, 12 de noviembre de 2012

Lo espontáneo del beefeater



Un hombre cualquiera se queda petrificado a las puertas de un místico edificio cuando unas voces infernales salpican agresivamente la tranquilidad de las aceras y de los viandantes.

El agnosticismo de un hombre cualquiera se resiente porque los histriónicos sonidos se escapan del templo y acaban por malograr el laicismo a pie de calle. Así, su ojiplatica expresión se debate indecisa entre la sorpresa y el miedo sobre la razón o causa de aquellos horripilantes cánticos; manteniéndose firme y expectante como un beefeater a las puertas de Buckingham Palace. Sin embargo, el miedo a una posible combustión espontánea al pisar suelo sagrado le impide solventar su curiosidad adentrándose en la franquicia del Vaticano.

Su mente rápidamente comienza a imaginar masónicos ritos de iniciación o inquisitivas ceremonias que no consentiría ni el mismísimo camarlengo. En el ignorante delirio de pensamientos crea la imagen de un exorcismo fratricida entre el innombrable dueño del infierno y el santísimo crucificado por la gracia del altísimo. De repente, un golpe de viento cierra solemnemente las puertas de la iglesia, lo que provoca una atronadora reacción en un hombre cualquiera a una vertiginosa velocidad de 160 kilómetros por hora, que con un estornudo inaugura un catódico resfriado por lo gélido de las corrientes.  

Y así un hombre cualquiera vuelve a la consciencia sin turbaciones dogmáticas cuando deja de oír los ensayos de los vocalistas del coro.

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