jueves, 22 de noviembre de 2012

Lo singular de lo extraordinario



Un hombre cualquiera se despierta en festivo con la extraordinaria singularidad de nadar por la casa sin más necesidad que disfrutar del tiempo y de su morada.

Tras abandonar los brazos de sábanas y mantas donde retoza con la soñadora en pijama, un hombre cualquiera bosteza saludando al nuevo día como un grito ahogado de buenos días. Al levantar la persiana, la quimérica niebla de las ventanas impide ver un burro a más de tres pasos sobre la cuerda floja. El vahó se conforma como un sutil aislamiento de la realidad al otro lado del cristal y sin red. Así, el gusto por el tiempo paradójicamente se realiza de espaldas al reloj o, quizá de forma más plausible, liberando las muñecas de los grilletes con segundero.

La tranquilidad del desayuno sigue el pausado ritmo del vinilo de jazz en el tocadiscos acompasado por los rasgados pasos del cuchillo sobre la rebanada tostada, que incluye la soñadora en pijama sin pentagrama. Mientras, los ebrios sobaos abandonan la taza por intoxicación de lactosa dejando el recipiente como un desértico pluviómetro ante la escasez de las lluvias. Progresivamente, la artificial niebla se esfuma con los rayos de sol que iluminan y calientan con carácter renovable y sin IVA incluido ni repercutido. Así, el tiempo comienza a marcarse por la oscilación solar hasta el "luscofusco" cuando la lámpara colapse el espacio - tiempo en un único ente que se alargará en el sueño con calcetines de una noche sin pesadillas.

Y así un hombre cualquiera despierta con la resaca de las sábanas marcadas sobre la mejilla mientras la maléfica risa del despertador le devuelva a la nunca acostumbrada cotidianidad.

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