Un hombre cualquiera se despierta
en festivo con la extraordinaria singularidad de nadar por la casa sin más
necesidad que disfrutar del tiempo y de su morada.
Tras abandonar los brazos de
sábanas y mantas donde retoza con la soñadora en pijama, un hombre cualquiera bosteza
saludando al nuevo día como un grito ahogado de buenos días. Al levantar la
persiana, la quimérica niebla de las ventanas impide ver un burro a más de tres
pasos sobre la cuerda floja. El vahó se conforma como un sutil aislamiento de
la realidad al otro lado del cristal y sin red. Así, el gusto por el tiempo
paradójicamente se realiza de espaldas al reloj o, quizá de forma más
plausible, liberando las muñecas de los grilletes con segundero.
La tranquilidad del desayuno sigue
el pausado ritmo del vinilo de jazz en el tocadiscos acompasado por los
rasgados pasos del cuchillo sobre la rebanada tostada, que incluye la soñadora
en pijama sin pentagrama. Mientras, los ebrios sobaos abandonan la taza por intoxicación
de lactosa dejando el recipiente como un desértico pluviómetro ante la escasez
de las lluvias. Progresivamente, la artificial niebla se esfuma con los rayos
de sol que iluminan y calientan con carácter renovable y sin IVA incluido ni
repercutido. Así, el tiempo comienza a marcarse por la oscilación solar hasta el
"luscofusco" cuando la lámpara colapse el espacio - tiempo en un único
ente que se alargará en el sueño con calcetines de una noche sin pesadillas.
Y así un hombre cualquiera
despierta con la resaca de las sábanas marcadas sobre la mejilla mientras la
maléfica risa del despertador le devuelva a la nunca acostumbrada cotidianidad.
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