Un hombre cualquiera navega por lo
tridimensional de la realidad, convirtiéndose en un ermitaño de los espacios cibernéticos.
Sumergirse demasiado en los mundos
cibernéticos acaba por ahogar la vida real. Sin duda, la profundidad a la que
los usuarios se sumergen provoca que ninguna bombona de oxígeno les permita
bucear tanto tiempo sin que pierdan el norte real de la brújula. Las sirenas
escondidas tras luminosos banners y pretenciosos links abocan a los usuarios a
sumergirse a pulmón descubierto para evadirse de un espacio real donde la
trivialidad y lo banal les oxidan como los restos de un metálico hundimiento.
El individuo se convierte en un ciego
esquizofrénico que es incapaz de descubrir lo irreal de lo cibernético y lo
inventado de lo real. La narración de la vida a golpe de un escaso centenar y
medio de caracteres describe una imperceptible línea entre dos inciertos
espacios formados por experiencias ficticias e historias reales. Al final la
realidad impregna lo cibernético, retroalimentándose mutuamente.
Y así un hombre cualquiera se
sitúa en un equilibrado limbo entre lo material de la realidad y lo abstracto
de lo telemático.
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