Un hombre cualquiera recibe un
encriptado mensaje Morse, cuyas líneas y puntos son indescifrables signos sin
sentido ni lógica para su cordura.
Lo que provoca que un hombre
cualquiera dude sobre la puntualización de sus afirmaciones, la coronación de
sus interrogantes y la suspensión a tres puntos de la incertidumbre. Y hasta las
críticas dudas hacen saltar por los aires los puntos de sutura de enunciados
que, aunque inconexos y apartados, acaban influenciándose unos a otros.
Por ello, la importancia de
encontrar un punto perfecto para pasar al siguiente párrafo se acaba
convirtiendo en un línea vista de perfil, que esconde un infinito trayecto a
una remota dimensión. Pero la búsqueda de la puntualización sigue complicándose
cuando las primeras gotas de la tormenta infectan la acera de un sarampión con millones
de puntos aislados y aleatorios sobre un incierto camino, que se desvanece con
el incesante goteo que acaba cubriendo cualquier señal.
Y así un hombre cualquiera consigue
pinchar su bolígrafo en un punto final que acaba siendo un incómodo silencio sin
posibilidad de rellenarlo.
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