Un hombre cualquiera pasea
tranquilo por la acera cuando unos metalúrgicos truenos le sobresaltan ante la centenaria ferretería de la esquina.
El sonido es inconfundible,
metálico y chirriante. Junto al mostrador una mujer de mediana edad con chaqueta,
zapatos de tacón bajo y un portafolios de cuero ocre espera a recibir su pedido.
El dependiente de espaldas afila y pule los dientes de un metálico skyline que
abre las puertas para un matrimonio que estrena su primera propiedad, unos
jóvenes inquilinos que vuelan en busca de un nuevo nido o unos ancianos cuyo
viejo piso se quedó demasiado grande para su vida de cotidianidad, novelas y
paseos hacia el ocaso. La compradora le indica al vendedor que lo apunte en la
cuenta de la inmobiliaria y abandona la ferretería escondiendo en el
portafolios las llaves que abrirán las cerraduras de futuros recuerdos.
Un hombre cualquiera reflexiona
sobre el oxímoron de unas llaves, que radica en la grandeza inmaterial y
tangible que pueden encerrar unas pequeñas piezas metálicas. Así, mientras la
mujer se dirige al piso, los nuevos inquilinos miran impacientes ante la
cerradura que encierra pasillos aptos para gatunas batallas de laser tag; habitaciones
donde soñar viejos recuerdos o crear nuevas aventuras; una cocina donde
preparar ideas al horno con un imprescindible toque de queso; un tecnológico salón
donde dirimir indignadas conversaciones sobre jardinería o un baño con indiscretos
espejos a la hora de la ducha.
Así, un hombre cualquiera hace
sonar su bolsillo para escuchar un metálico sonido que le recuerda lo dulce del
hogar.
excelente. ¿y cuando el skyline era de madera?¿recuerdas? para entrar en fríos lares, borrachos y húmedos rincones... crees que entonces, cuando mas recordaban a unas tijeras... ¿ también se oxidaban?
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