Un hombre cualquiera disimula las
arrugas de la pereza sobre la mejilla cuando se lanza a la realidad con
bufanda y café.
Una invernal noche de enero, a mitad de semana, sirve
de excusa para un período de entreguerras en el sofá.
Ahuyentadas las vacas flacas, las provisiones del pasado temporal desaparecen frente a las
historias inventadas que rellenan la infelicidad de la realidad. Sin duda,
nuestras vidas se pierden en el prime time con las vidas de otros, aburridos de
nuestros pensamientos con forma de boomerang de ida y vuelta.
Así, los vuelos sin motor, que el cine
y la televisión nos regalan, nos proporcionan descanso y perspectiva para
retomar la realidad. Y si en la peor de las circunstancias llegas tarde a la
sesión o la tormenta ha cortado la emisión, lo mejor será que contrates un
equipo de guionistas para no suspender el rodaje de tu biopic con emisión en
tiempo real.
Y así un hombre cualquiera amortiza
la vida entre las pesadillas en mitad del día y los sueños sobre la almohada al
anochecer.
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