jueves, 10 de enero de 2013

Lo vigilado del albedrío



Un hombre cualquiera pasea junto a la antigua cárcel acicalada bajo el cártel de centro de arte contemporáneo.

Sin duda, a pesar de abandonar su coercitiva funcionalidad, un hombre cualquiera duda si atravesar los cautivos muros penitenciarios. La voluntad de entrar en la cárcel supone la adquisición de un albedrío vigilado, incluso después de que los delitos que castigaba hayan caducado en el código civil.

 Las enrejadas ventanas, las marcas de grilletes o las cuentas de codena subyacen bajo el maquillaje cultural del restaurado emplazamiento. Así,  las palomas se posan sobre el tejado con el miedo de que el dragón de las mazmorras ennegrezca sus plumas y que la torre de control programe sus vuelos con una libertad condicional. La contradictoria figura alada sobre el alero del tejado otorga una artificial magnificencia a los calabozos de antaño.

Y así un hombre cualquiera disfruta de una exposición a cielo abierto ante una huelga de presos con hambre de libertad.

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