Un hombre cualquiera pasea junto a la antigua cárcel acicalada bajo el
cártel de centro de arte contemporáneo.
Sin duda, a pesar de abandonar su coercitiva funcionalidad, un hombre
cualquiera duda si atravesar los cautivos muros penitenciarios. La voluntad de
entrar en la cárcel supone la adquisición de un albedrío vigilado, incluso
después de que los delitos que castigaba hayan caducado en el código civil.
Las enrejadas ventanas, las
marcas de grilletes o las cuentas de codena subyacen bajo el maquillaje
cultural del restaurado emplazamiento. Así,
las palomas se posan sobre el tejado con el miedo de que el dragón de
las mazmorras ennegrezca sus plumas y que la torre de control programe sus
vuelos con una libertad condicional. La contradictoria figura alada sobre el
alero del tejado otorga una artificial magnificencia a los calabozos de antaño.
Y así un hombre cualquiera disfruta de una exposición a cielo abierto
ante una huelga de presos con hambre de libertad.
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