Un hombre cualquiera desempolva el libertario vinilo de Jarcha y al son
de "gente que tan sólo pide vivir su vida, sin más mentiras y en paz",
abre la ventana al patio.
El vecino de enfrente ha abierto la jaula de su jilguero y le ha
enseñado la libertad. El extinto dueño y señor ha reconvertido la cárcel con
alpiste en un cobijo sin hipoteca y libre de impuestos. Todo ello, bajo una
nota manuscrita en la que se puede leer: "abierto por principios". Los
barrotes se convierten en paredes transparentes con vistas con 360 grados
discontinuos de realidad. La puerta, sin llave ni cerrojo para el libre
albedrío sin cámaras ni cancerbero, se ha convertido en un amasijo de hierros
en el suelo del patio, junto a un reloj analógico hecho añicos.
Los esclavos saben que no hay mal que dure cien años, cuando el batir
de las alas de una paloma remueve los oxidados cerrojos y los prejuicios de las
petrificadas mentes contra el progreso. Y, la verdad, la consecución de la libertad
es como el advenimiento de la república ante los tropiezos de una agónica monarquía;
cuestión de tiempo.
Y así un hombre cualquiera aprovecha el altavoz de su ventana para
sacar lustre a sus principios reflejados en el espejo con moraleja al otro lado
del tendal.
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