Un hombre
cualquiera se encamina a la
ventana con chaleco, gorra y un clavel ajado en la solapa de la
mano de la soñadora en pijama.
El
autobús urbano avanza, prácticamente, vacío por la avenida; ni cuatro suman los
gatos que se han subido al transporte público; que otros años a estas horas
está atestado. Al llegar a la parada de la plaza de Marqués de Vadillo
impresiona el silencio sin organillo y la ausencia de los furtivos vendedores
de cerveza castiza y de importación. La celebración se extiende por todo la
ciudad ante la cancelación de las celebraciones por el virus. Adentrándose en el alma de Carabanchel, la risueña Lili aprovecha el sol del mediodía para
enrojecer las escamas de su dragón tatuado, como recuerdo de las guaridas de
Usera, y del regalo del tatuador con acento latino, ahora compañero de terraza
y alquiler desde la aplicación del estado de alarma. Y parece que la mezcla de
culturas dibuja bocetos en tinta indeleble. Hacia el este, frente a la parada
de Villa de Vallecas, Victoria y Almudena, ataviadas con guantes de látex,
mascarillas y claveles en el pelo, pasean desde la panadería a casa con una
empanada y unas rosquillas para celebrar el día desde su balconcillo. Se hacen un
selfie con las fachadas engalanadas del barrio y, sobre todo, por su curiosa estampa de
chulapas. Sus sonrisas se adivinan bajo las mascarillas, que Almudena consiguió de estraperlo en su
trabajo en la residencia, dónde todo está más tranquilo por fin.
La
marabunta de cabezas, gorras y pañuelos ha tomado las videollamadas entre
amigos y familiares, ante el cierre por fuerza mayor de la pradera y, también,
de los bares y los locales de las asociaciones sociales. De hecho, Gloria y María, antes de las doce y media, entran a la llamada grupal de
“Izquierda Unida confitada”. Allí enseñan orgullosas el test de embarazo
positivo de Gloria y el resto de
miembros promueven un jolgorio ensordecedor con un brindis grupal por el
tintineo de sus botellines, sus vítores y sus aplausos. El mismo sonido de
aplausos que atronaron la corrala de Manuela
a la hora del vermut. La ovación de sus vecinos en agradecimiento a los
paquetes de listas y tontas que había preparado y colgado de los picaportes de
sus puertas a primera hora de la mañana. Ella emocionada, desde su puerta, les
agradece, a su vez, el gesto y les confiesa que es la primera vez que no puede
ir a su pradera en 72 años y que se ha quedado sin cartel de las fiestas para
su colección. Aún le aplaudían cuando la chica de la buhardilla, Mercedes,
debidamente protegida, salió de su casa y se acercó a la puerta de Manuela. Le
regaló un boceto de la corrala, negro sobre blanco, sobre el que había escrito en
rojo 'San Isidro 2020'.
Y
así un hombre cualquiera acerca su vaso, junto con el de su emperatriz berciana, a la cámara del
ordenador para brindar con los amigos de la pradera prohibida.
Inspiración
castiza con Mercedes deBellard
¿Te acuerdas de otros San Isidro?
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