jueves, 28 de junio de 2012

Lo oscilante de los mercurios


Un hombre cualquiera presencia las exhibiciones áreas de las golondrinas que al caer la tarde luchan contra la invasión de los vampíricos mosquitos sedientos de sangre dulce para beber.

El termómetro asciende décima a décima hasta llegar a medirse en euros centígrados intoxicado por una espumosa prima de riesgo, cuyo perfil se asemeja a la etapa reina del Tour de Francia. El calorcito horneado por la primavera va tostando el suelo de la plaza y va caldeando un ambiente que rezuma a cascos recalentados por los mercurios impositivos y monetarios, que no han dejado de oscilar durante todo el invierno. Y llega la primera ola de calor, que sigue una musulmana estrategia de invasión de sur a norte, que emborracha de sol a una península agotada por el estrés de los índices bursátiles. 

Y el sudor sigue empapándonos, sin llegar a ahogarnos, pero persistente como una tortura china que no mata pero va robando, gota a gota, suspiros de vida. Así, los cambios económicos se retrasmiten a los sufridos contribuyentes por estridentes altavoces, que sólo emiten pesimistas noticias sobre el futuro intercalándose por el sonido de glotonas cajas registradoras que engullen sueños en forma de impuestos. Al final, los ensordecedores gritos son acallados tras el ocaso, quedándonos paralizados por un condensado sudor frío. 

Y así un hombre cualquiera se perfuma con spray anti-mosquitos para liberarse de los camicaces ataques de los que sólo quieren chuparte la sangre.

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