Un hombre cualquiera duerme
tranquilo al abrigo de un pijama lleno de sueños que le alientan día y noche.
Sin duda, una vida saludable y
descansada reside en dormir a pierna suelta, siempre que no se produzcan dislocaciones
irreparables. La base fundamental para dormir reside en un resistente colchón
que se convierta en una fortaleza infranqueable para las pesadillas y los
fantasmas que se esconden en el armario. El segundo punto más destacado es la
ropa de cama, vaporosa y ancha para disimular los michelines de latex y las
cartucheras con muelle. Y si las noches comienzan a ser toledanas, una manta te
defiende del frío y hasta de una invasión extraterrestre (¿o nunca te has
cubierto con ella al escuchar un ruido?).
Debes luchar contra los enemigos
de las camas, que siempre vigilan desde la mesita con su aterrador paso del
tiempo, atacando siempre en el ocaso de los sueños. Sin embargo, su ferocidad y
terrorífica presencia nunca pueden asediar a las ficticias realidades soñadas,
porque cubren las puertas a la imaginación con legañosas telarañas. Así, los
sueños siempre serán inmortales, a pesar de que la infame realidad se convierta
en un cotidiano campo de minas, cuando se comparten sobre la misma almohada.
Y así un hombre cualquiera ronca
bajito con la alegría de despertar cada mañana junto a una soñadora en pijama.
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