miércoles, 17 de octubre de 2012

Lo dieciochesco de los sueños



Un hombre cualquiera duerme tranquilo al abrigo de un pijama lleno de sueños que le alientan día y noche.

Sin duda, una vida saludable y descansada reside en dormir a pierna suelta, siempre que no se produzcan dislocaciones irreparables. La base fundamental para dormir reside en un resistente colchón que se convierta en una fortaleza infranqueable para las pesadillas y los fantasmas que se esconden en el armario. El segundo punto más destacado es la ropa de cama, vaporosa y ancha para disimular los michelines de latex y las cartucheras con muelle. Y si las noches comienzan a ser toledanas, una manta te defiende del frío y hasta de una invasión extraterrestre (¿o nunca te has cubierto con ella al escuchar un ruido?).

Debes luchar contra los enemigos de las camas, que siempre vigilan desde la mesita con su aterrador paso del tiempo, atacando siempre en el ocaso de los sueños. Sin embargo, su ferocidad y terrorífica presencia nunca pueden asediar a las ficticias realidades soñadas, porque cubren las puertas a la imaginación con legañosas telarañas. Así, los sueños siempre serán inmortales, a pesar de que la infame realidad se convierta en un cotidiano campo de minas, cuando se comparten sobre la misma almohada.

Y así un hombre cualquiera ronca bajito con la alegría de despertar cada mañana junto a una soñadora en pijama.

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