lunes, 1 de octubre de 2012

Lo romántico de la merienda



Un hombre cualquiera se encuentra incomunicado en la ciudad ante el incesante diluvio que anega ánimos y calles sin control y con alevosía.

Al otro lado del callejero riachuelo, un hombre cualquiera se topa con un decimonónico portalón con la puerta entreabierta y la lámpara encendida. La estampa invitaba a la visita más allá de la acuática necesidad de un lugar cómodo y seco. Al empujar la puerta un vaho le acarició la cara con un reconfortante olor a café recién hecho. Sin duda, el embriagador bálsamo le guía hasta la pequeña cafetería que se escondía de la realidad con vistas a un primaveral jardín en pleno otoño.

Un hombre cualquiera convertido en intruso, disfrazado de cliente ocasional, echó un vistazo al interior y entre los clientes de todas las mesas le llamó la atención una femenina figura que se escondía bajo su boina color mostaza. Tras robar una margarita del jarrón de la entrada se armó de valor y se dirigió a la mesa, donde la joven leía un grueso libro sobre medievales arcanos, y le entregó su cleptómano botín. Una soñadora en pijama le miró con una sorprendida perplejidad y, tras dibujar una sonrisa de color carmín, se colocó la flor sobre la solapa y le invitó a tomar asiento junto a ella y un enorme trozo de tarta de limón para compartir.

Y así un hombre cualquiera utiliza el romanticismo de la comunicación para disculparse porque las inclemencias meteorológicas le impidan llegar puntual a su cita para merendar

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