Un hombre cualquiera se topa
inesperadamente a la puerta de una notaria con un grupo de enlutados familiares
sin lágrimas en los ojos y con los bolsillos a la espera de un efímero botín metálico .
Las herencias son el traspaso del
esfuerzo y la dedicación de los antepasados a los que viene detrás o miran
hacia adelante, según se mire. Estos objetos heredados pueden ser valiosos y
reportarnos ganancias inesperadas o pueden contener riquezas tan enormes que
sólo las disfrutan quienes los poseen, por el simple hecho de que otros los
hayan tenido antes. Pero más allá de los objetos, hay inmaterialidades de
incalculable valor que nunca serán heredadas.
El ser humano puede gozar o sufrir
con sus sentimientos, dolores, sueños o pesadillas; pero aunque nos marque de
por vida, todo ello será como objetos que nunca tuvimos. Porque nuestras
experiencias no podrán ayudar a aquellos que no las han vivido, ya que las
explicaciones nunca oprimen como los grilletes de los hechos sobre la carne. Se
nos obliga a apropiarnos egoístamente de lo que la vida nos aporta
inmaterialmente, ya que es el interés que debemos pagar por disfrutar de sus
pingües beneficios.
Y así un hombre cualquiera observa
la transformación de los sufridos plañideros del ayer en insaciables pirómanos
de las chequeras ajenas.
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