viernes, 13 de abril de 2012

Lo autárquico de lo medieval


Un hombre cualquiera se coloca la cota de mallas y empuña su pesada tizona, mientras preside una engalanada  justa con vehementes antorchas y rampantes estandartes.

Los dominios de su feudo están fortificados por xenófobas almenas contra impíos herejes, engatusados por los embrujados arcanos amparados por la ignorancia y dogmatizados por los espurios intereses de los altares. Esta mugrienta inopia y ciega enjundia intolerante se reflejan en las coronas y cetros hasta sacralizarse en credo único. Así, la política y la religión se imbrican en un sólo mercado retroalimentado y autosuficiete.

Dicha autosuficiencia viene marcada por el buen hacer de los vasallos que recogen el ecológico diezmo, convierten las canteras en fortalezas y palacios y talan las invernales reservas de madera; a pesar de rasgar el oro de las deformadas monedas para malvivir aterrados por los apocalípticos designios divinos. Sin embargo, esta autárquica economía sofoca las necesidades feudales de vasallos y nobles, mucho antes de que los aleteos de una acolchada billetera provocara quiebras bursátiles en hipotecadas sociedades sedientas de petróleo.

Y así un hombre cualquiera despierta su alter ego medieval junto al irónico visitante a golpe de onagro para revivir la edad de los imperios.

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