domingo, 15 de abril de 2012

Lo titánico de la muerte


Un hombre cualquiera navega con cautela por cibernéticos mares  ante el aniversario del hundimiento más profético del devenir de un convulso y veinteañero siglo.

Un hombre cualquiera se despierta sintiendo el frío iceberg partiendo el Titanic en dos mortíferas mitades, mientras la vida se helaba ante el fatídico destino del vacío. La sinfonía de la orquesta comenzó a desafinar al ritmo del hundimiento, propiciando el aterrador preludio de la guerra, el miedo y el hambre. Así, los desentonados acordes fueron acallados por cañones, dictatoriales voces y bombas que sembraron odio y miseria por doquier. 

Los lujosos vestidos, las resplandecientes joyas y los gruesos fajos de billetes no sirvieron como recompensa o retribución por un sitio en  el bote, un trozo de madera flotante o un lugar en el cielo para no expirar por congelamiento en un infierno de hielo y nieve. Y es que el precio de la vida sólo se sabe cifrar ante las agónicas negociaciones y amenazas que la muerte impone.  

Y así un hombre cualquiera aprendió a desconfiar de embarcarse en ostentosos proyectos donde la ruta esté dirigida por inexactas brújulas que se pierdan hacia el norte.

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