martes, 17 de abril de 2012

Lo esperanzado de una botella


Un hombre cualquiera empatiza con el náufrago que firma su pergamino, antes de inyectarlo en el interior de una botella, sellarlo a golpe de corcho y lanzarlo esperanzado al espíritu salvavidas de la mar.

El involuntario ermitaño está esperanzado porque su mensaje llegue a unas manos solidarias, bien sea, entre las redes de un pesquero, en la arenosa superficie de una cala o a un remo de distancia para liberarle de su aislamiento insular. Sin embargo, la botella se deja llevar por corrientes sin un rumbo claro, navegando a la deriva su propia existencia y la anhelada esperanza que contiene. Los bandazos del frasco de vidrio se mueven al ritmo de los embaucadores cantos de sirenas, rebotando en el afilado y neptuniano tridente que da palos de ciego ante las tempestades y temporales. 

El tiempo hace mella en un debilitado náufrago que malvive desalentado porque su mensaje se haya hundido en su camino hacia la anhelada protección del Leviatán. Pero, aunque el protector lo intenta, su ceguera y sus temblorosas manos chapotean en la orilla y agitan las aguas y envían con la resaca la botella, el mensaje y la esperanza mar adentro. 

Así un hombre cualquiera cierra el periódico para emerger justo cuando tiene el agua al cuello, recuperando el aliento mientras flota entre los vidriosos reflejos del cementerio de las botellas relegadas al olvido.

1 comentario:

  1. Acaso el náufrago que firma su pergamino reciba, como en la canción de Sting,cientos de mensajes en botellas enviados por manos solidarias.

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