martes, 3 de abril de 2012

Lo apaciguador de lo musical


Un hombre cualquiera tiende la colada en el balcón bajo el sol del mediodía, pero hay un sonido diminuto, casi inapreciable en el discurrir de la mañana del vecindario, que proviene de la pareja de periquitos del vecino de enfrente.

Cada ventana, viandante y elemento ocasional van sumándose a la avenencia incomprensible de sonidos y ruidos, que se derraman sobre la calle y la envuelven con su propia voz. Todo sobre una base musical, inapreciable pero sin la que el todo caería en la anarquía, que los periquitos entonan desde su escenario enjaulado, donde la pareja se empacha de alpiste entre gorgoritos y saltos de la jibia al suelo. 

Los pequeños voladores dan ejemplo de su eterna fidelidad al armonizar sus agudos y graves con el compartir de techo, maná y vida entre cuatro barrotes, a pesar de que el alpiste se acabe o que el agua esté caliente. 

Y así un hombre cualquiera escucha cada mañana  el ritmo de la jaula de música para saber apaciguar su tono y afinar su voz, a pesar de lo que haya al otro lado de la ventana.

1 comentario:

  1. Sobre los pájaros. Escuche una vez decir a otro hombre cualquiera decir: que la persona más culta que había conocido nunca era un hombre que conseguía acercarse a los pájaros y cogerlos con la mano sin que ellos escapasen. Ese hombre si que era culto, decía! Yo creo que, no era culto. A no ser que enseñase a alguien como se hacía.

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