sábado, 7 de abril de 2012

Lo poético de lo catastrófico


Un hombre cualquiera se sienta en el muelle para ver romper las olas contra el espigón, mientras la lluvia cubre con un grisáceo manto toda la ría; el temporal está en pleno apogeo contra la vida.

Al observar la brutalidad del temporal un hombre cualquiera se da cuenta de que se encuentra rodeado por la devastación y la destrucción y por sus catastróficas consecuencias. Como los barcos varados y los restos de los naufragios que convierten a la playa en un cementerio improvisado, donde hasta el escenario muere ante lo ocurrido; mientras el faro se queda sin luz con la que guiar. Cuando todo acaba aparece la parte poética, el silencio sólo se rompe por un acordeón solitario de la marca Rivas que silba con el son de las olas a punto de ahogarse.

En el horizonte, los rayos del sol radian en F.M. susurros de lejanas y futuras novedades que esperanzan a los marineros del puerto. Y las radios se iluminan con las ondas que llegan de ultramar convirtiéndose en embajadores de un nuevo tiempo; donde los barcos son restaurados, lo naufragado descansa en lo reminiscente del fondo y la playa es generada con las laderas de la sierra, rehabilitando el despedazado yang marítimo con las arenosas entrañas del interior. 

Y así un hombre cualquiera comprende que debe buscar en su interior para curar las heridas que los temporales le dejan a su paso.  

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