Un hombre cualquiera se encuentra
en el dominical bazar callejero un coleccionable de Ibañez sobre 13 Rue del
Percebe, recordándole como imaginaba la comunidad de vecinos de su niñez.
La nostalgia de sus infantiles inventivas
vecinales provoca que un hombre cualquiera vuelva a atrincherarse frente a una ventana indiscreta
para observar e imaginar las historias que los balcones, cortinas y persianas
encierran a 12 pasos desde el felpudo de su portal. Al contrario de las
sospechas del señor Jefferies, un hombre cualquiera utiliza la imaginación para
guionizar las ficticias vidas de los urbanitas humanoides del edificio de
enfrente. La hora perfecta se marca por las agujas cuando la tarde abandona la
ciudad. Las luces encienden las estancias, desvelando cotidianidades, manías e
historias que sólo interesan a sus protagonistas y a la mirada antropológicamente
entrometida de un hombre cualquiera.
Los ojos del observador viajan de
la pareja del ático que cocinan mientras se cuentan el transcurrir de la
jornada laboral; pasa por el enlutado anciano del segundo que coloca para la
cena dos platos para celebrar un solitario aniversario a ritmo de 'Stranger in
the night' que entona con su silbido; entremezclándose con el británico pitido
de la tetera con olor a pastas de té recién hechas por la abuelita del primero;
los curiosos ojos ascienden hasta la
terraza del tercero donde a escondidas el marido apura un furtivo cigarrillo, mientras su mujer se hace la despistada
actualizando el álbum de fotos con los recién llegados a la familia; en el bajo
derecha, un cinexin sirve de candela para iluminar las adormiladas caras de los
dos pequeños hermanos de camino a freudianos sueños; y la exploración termina con el primer beso de
la adolescente pareja asentados en el frío mármol a un peldaño del cielo.
Y así un hombre cualquiera descubre
nuevas historias mientras le observa un indiscreto vecino, que se apresura a
esconderse, imprimiendo un hitchockniano perfil sobre el cortinaje.
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