jueves, 19 de abril de 2012

Lo feliz de los usufructos



Un hombre cualquiera ha comenzado una carrera de fondo para escapar de las corrosivas manchas de los números rojos,  de los aplastantes delirios con paquidermos  y de los tijeretazos administrados sin remiendos anestésicos posteriores.

Y es que un hombre cualquiera sufre de odinofobia, es decir, miedo al dolor y a la pena. Y, por ello, busca la inmunidad  a través de la aplicación de usufructos felices al alcance de la mano y de la mente:
En primer lugar, aprovecha el sueño. Un hombre cualquiera ha convertido al colchón y las sábanas en unos herméticos diques de contención que suponen un reducto acolchado y templado de evasión realista. Así el descanso nuestro de cada día nos deja inconscientes de la realidad, ya sea con empalagosas comedias románticas, una tétrica película de terror o una de romanos.

En segundo lugar, amortiza el olvido. El alzhéimer voluntario se vincula a la creación de futuros recuerdos provechosos y productivos, a través de la terapéutica utilización del humor.  Así,  un hombre cualquiera ha desintonizado coléricos canales del fanatismo apocalíptico, se ha convertido en beato seguidor de los histriónicos bufones que glorifican con la risa y se ha pasado al contrabando de mejunjes derivados del óxido nitroso. 

Y, en tercer lugar, explota la locura. Sin necesidad de encorsetarse en entalladas camisas de fuerza o recostarse en nacionalizados divanes, un hombre cualquiera relativiza la demencia a través de la imaginación.  Así, la locura bulle de la creación de fílmicos guiones, de alistarse a bombardeos de novedosos proyectos  o de la  fabricación de productos soñados. 

Y así un hombre cualquiera ilumina un mundo paralelo con la cálida luz del tungsteno, alimenta las arrugas a través de las carcajadas y alarga la noche hasta el mediodía junto a la soñadora en pijama.

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