Un hombre cualquiera retoma la
clase que dejó ayer con el maestro Unamuno, mientras siente un pétreo croar
imbricado en el respirar de la ciudad.
Tras un sinsentido punto y seguido,
un hombre cualquiera bajó las escaleras hasta un estable párrafo sobrevolado por una bolboreta a un descansillo
de distancia. Y comenzó a ver la realidad a través de un visor para grabar el
trascurrir y discurrir de unos días tan rápidos como la existencia de un alérgico
estornudo.
Un hombre cualquiera configuró el
diafragma para los cambios de luz y los flashes que inmortalizaban a secuestradores
de medio pelo, mágicos mimos, famosas réplicas, decrépitas cantantes y otras
mil historias soñadas y materializadas con el goteo de la tinta sobre un guión.
Así, los artífices de guiones y los inmortalizados personajes quedaron grabados
en la memoria colectiva de una variopinta generación, a los que las
circunstancias y la incertidumbre nos les robaron las ganas de imaginar y
producir sueños y nuevas realidades.
Y así un hombre cualquiera recuerda
los sabores de tiempos pasados porque sin estos paraísos pantagruélicos no
sabría comerse la vida cada día.
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