lunes, 5 de marzo de 2012

Lo certero de los duelos


Un hombre cualquiera se enfrenta al papel en blanco como en un duelo de honor de dos caballeros a mitad del siglo XIX. Se coloca espalda con espalda, intentando aclarar las razones que le llevan a dicho combate;  empuña el arma cargada con sus ideas ensambladas  en complejas conexiones e interneuronales sinsentidos perfectamente articulados; comienza a alejarse paso a paso para tomar perspectiva sobre lo real y lo quimérico; y, finalmente, se gira hacia su oponente y dispara consciente de su objetivo pero ignorando el valor de su esfuerzo.
 
La última fila de agujeros de la persiana está encendida por los primeros rayos de la mañana. Un hombre cualquiera abre los ojos y se levanta. Mira a la soñadora en pijama en su hábitat y se dirige a la mesa. El enemigo nunca duerme y se encuentra en posición de combate. Vuelve a situarse espalda con espalda, empuña el arma cargada, comienza a alejarse paso a paso y dispara. El oponente cae abatido ante una sanguinolenta ráfaga de tinta y argumentos que acaba por aniquilarlo con un supremo y certero punto y final, que lo traspasa marcando para siempre el escritorio de la batalla.

Y así un hombre cualquiera remonta el vuelo después de que las nubes negras de la mañana se disiparan para que pudiera vivir el luscofusco junto a una desperezada soñadora en pijama.

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