lunes, 19 de marzo de 2012

Lo infeliz de la opulencia


Un hombre cualquiera banaliza la riqueza mientras comprueba su boleto de lotería en las hojas del periódico.
Al observar que su número no se encuentra entre los acertantes, un hombre cualquiera se resguarda de la derrota con las pequeñas cosas que perdería si hubiera sido agraciado con el premio. Obviamente se mudaría a un barrio más céntrico perdiendo esa vida colectiva que la periferia reporta a sus inquilinos, derrocharía en lo innecesario por las sacudidas de la opulencia y hasta las ideas se le pudrirían entre el óxido de las monedas.

Además, sufriría esa enfermedad, en muchos casos, crónica de los que han adquirido nuevas pretensiones económicas que les hacen perder el  equilibrio en la tierra firme para aventurarse en los vientos pasajeros de la moda y las brisas que hacen zigzaguear las velas del candelabro.

Aún así, un  hombre cualquiera y la soñadora en pijama guardan una pequeña gran lista de sueños palpables e invisibles que la lotería conseguiría, posibilitando esa felicidad capitalista que la propiedad le hace sentir al individuo. Un felicidad efímera,  pasajera y  fugaz que necesita de nuevas inversiones  casi instantáneamente al amortizarse la compra anterior.

Y así un hombre cualquiera fiscaliza los crímenes de la riqueza, mientras rebusca en su monedero el importe para una nueva tentativa a la suerte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario