Un hombre cualquiera observa
inquieto ese interconectado tejido rutinario que es la vida.
Un hombre cualquiera siente que
sus encuentros, planes y actividades están protagonizados por figurantes y
secundarios de su propio Show de Truman. Él, lógicamente, piensa que son
artimañas del destino pero especula con que sus coincidencias son diseñadas por
un guionista especializado en tele-realidad. Mientras espera a que llegue el
bus se apoya en una fachada y siente como el cartón-piedra se retuerce a su
espalda, lo toca con la mano y observa como el atrezzo se deshace entre sus
manos.
Al otro lado la realidad se
extiende oscura, sinuosa y se expresa con su más atroz semblante, mientras el ficticio
escenario se ha ido plegando sobre sí mismo, como la indefensa bola de papel desaparece
ante el impune ataque del fuego. Rápidamente, todo se ve reducido a cenizas, la
alegría y la celebración se han convertido en lamento y funerales.
Así un hombre cualquiera se topa
con la realidad al otro lado del idílico escenario donde ingenuamente
sobrevivía.
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