Un hombre cualquiera recoge un
panfleto donde un chamán se anuncia para rituales y posesiones a la salida de
un centro comercial. Le sorprende la inserción de creencias exóticas en una
sociedad dividida entre el moderno laicisimo y el catolicismo autóctono.
Sin embargo, estas aspiraciones
divinas no le importan a un hombre cualquiera que le gusta jugarse consigo
mismo su futuro inmediato con pequeñas apuestas o condicionales situaciones
aleatorias por las que seguir por un camino, comprar algo o simplemente saber
lo que le deparará el resto del día. Estas acciones son una especie de
creencias ateístas azarosas que no crean dogma y tampoco llaman a la guerra
santa, pero le suponen una sorprendente o desgraciada aventura diaria.
Obviamente, estos desafíos no
cambian el devenir a corto, medio o largo plazo de nada, ni de nadie. Sin
embargo, como en un videojuego sobre civilizaciones donde el jugador tiene el
absoluto poder, un hombre cualquiera se siente por unos minutos un dios que
puede manejar los hilos y determinar la existencia de un individuo, aunque sean
sus hilos y el individuo sea él mismo. Esto supone un afán de superioridad
divina que invade al hombre y que en el caso de un hombre cualquiera sacia con
estas teológicas ocurrencias de su día a día.
Y así un hombre cualquiera humaniza
los grandes misterios y designios divinos...
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