jueves, 29 de marzo de 2012

Trilogía 'Lo paradisiaco de lo viajado II': Lo destilado del tiempo


Un hombre cualquiera se trasladó a un mundo paralelo donde la sangre de toro impregna fachadas con ornamentos de pétreo perfil y los ecos de vítores a ilustres personajes se entremezclan con el bullicio de las nocturnas calles abarrotadas.

Un hombre cualquiera volvió a comenzar de cero con un cronómetro colgado al cuello. Ante el incesante y apabullante avance de la cuenta atrás estrujó el tiempo para destilar cada postrimero y póstumo segundo. Y consiguió bloquear las agujas para adentrarse en laberintos sin mapa ni brújula por los que se perdieron Calixto y Melibea en otro tiempo.

Todo se acabó cuantificando por el tiempo de su provecho: el canto del alcaravan sobre una taza de café, el aroma a croissant francés de las calles, el histórico relato de los medallones o el artificial despertar de las piedras tras el ocaso. El tiempo se convirtió en el precio de la felicidad que no se compra con dinero y cuando se termina te deja en una desolada bancarrota.

Y así un hombre cualquiera incrustó su cronómetro en una pétrea concha para fosilizar la felicidad del tiempo a la sombra de la Clerecía

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